Nos sentamos en un café de Palermo, y con algunas medialunas
de por medio, terminamos hablando de cualquier cosa. Al principio me costaba un
poco sentirme cómoda, pero a medida que el reloj avanzaba y comprobaba que a mi
tiempo junto a él le quedaba poca vida, me obligaba a relajarme y poner mi
absoluta atención sobre sus palabras. Me contó que estaba de visita en Buenos
Aires, que dedicaba su vida a recorrer el mundo y escribir sus experiencias. Me
contó sus mayores sueños y me habló de los temores que lo acechan cuando cierra
los ojos y piensa en todas esas cosas que abandona en cada viaje, en todo lo
que se ve obligado a dejar atrás a causa de no estar preparado para aferrarse a
nada. Me contó de su estadía en París y sus amores en Venecia. De sus amigos de
México y de los placeres prohibidos de Nueva York. No podía evitar sentirme
atraída por el aroma de la experiencia que emanaba cada poro de su piel. Era
casi tóxico, porque el tiempo no perdona, y aunque nos habíamos conocido hace
apenas unas horas cuando chocó accidentalmente conmigo en la vereda del local
en el que trabajo, sentía que lo conocía desde hace mucho tiempo, como si
tuviese algo que me perteneciera, y estuviese a punto de escapárseme de entre
los dedos.
No estaba preparada para dejarlo ir todavía así que me
atreví a preguntarle que tenía pensado hacer a partir de ahora, cuando también
decidiera abandonar Buenos Aires, y con él, a mí también. Me sentí
completamente absurda en el momento en el que caí en lo que estaba pensando,
pero ya era demasiado tarde. Aunque no tenía sentido, la persona que tenía
sentada frente a mí, tomándose su café con total despreocupación, había
despertado sensaciones que estaban encerradas en el fondo de un cajón
abandonado, hasta ahora. Lo miré cautivada mientras respondía con gracia a mi
pregunta, esbozando una sonrisa desarmante que me calaba hasta los huesos. Los
rulos le caían en la frente y tenía que sacudir levemente la cabeza para que no
le taparan los ojos. Era una escena digna de ver.
Me dijo que no le gustaban los planes, que el secreto de
vivir plenamente es dejarse llevar, cerrar los ojos y aprender a escucharse a
uno mismo, saber lo que de verdad se quiere, y poner toda la fuerza del
espíritu en conseguirlo. Me explicó que si hiciera planes no viviría viajando
como lo hace, sino que estaría, probablemente, estancado en alguna ciudad
deprimente viviendo una vida que no le pertenece. Dice que seguramente ya se
hubiera casado y trabajaría de sol a sol para ser cada día más exitoso, que
buscaría satisfacer las necesidades de sus seres queridos pese a lo que pese y
que probablemente no luciría como lo hace ahora. A mi petición de una
explicación me respondió que si viviera de otra manera, simplemente no sería
él, y me dijo las palabras más profundas que probablemente ningún ser real de
esta tierra podría haberme dicho.
-Cuando te ponés demasiado en los zapatos de los demás no
estás siendo autentico, y la autenticidad es lo único propio que tenemos en
esta vida. Este cuerpo es prestado y dura bastante poco, de hecho, no siempre
sirve al cien por ciento. Todo lo que tenemos alrededor se desvanecerá en algún
momento. Tu casa no va a mantenerse en pié por la eternidad, tu familia va a
irse algún día, tus amigos, tus conocidos, todos tus seres queridos van a
desaparecer al igual que nosotros. Dentro de doscientos años nadie va a saber
quién fuiste, absolutamente todo lo que hiciste no va a importarle a nadie. Soy
de las personas que piensa que ser uno mismo es la única razón que existe para
permanecer en este planeta. Vivir es más que existir, y te puedo asegurar que
después de haber andado los caminos con zapatos ajenos, calzarte los tuyos es
lo más parecido a la felicidad que puedo describir.
Por un momento me sentí algo confundida, quizás no estaba
entendiendo del todo bien la profundidad de lo que me decía, pero no lograba
comprender por qué me decía todo esto. Yo solo quería saber a dónde iría y si
podría verlo de nuevo en el futuro. Quería saber si al cruzar la puerta del
café me dejaría su número de teléfono o me diría un "hasta pronto".
Solo quería algo simple y verídico como la posibilidad de un después, pero él
era demasiado especial como para algo tan básico y terrenal.
-Todos estamos en este mundo por una razón, y es tan simple
y sencilla que todo el mundo busca respuestas rebuscadas que nunca van a estar
más alejadas de la realidad. Todo lo que importa es ser uno mismo en la
totalidad de lo que eso significa. Ser quienes somos, actuar como necesitamos
hacerlo, pensar sin influencias y ser determinantes a la hora de elegir. A
todos se nos otorgó una vida absolutamente vacía, y cada uno es responsable de
rellenarla en la forma que quiera.
Sus palabras despertaban en mí más de lo que estaba
dispuesta a permitir, pero era algo tan increíblemente penetrante que no podía
evitarlo. De repente me sentía tan vacía que me dolía el pecho. Sentí que mi
vida era absurda, que no había hecho nada en mis años de vida que valiera
realmente la pena, y a cada segundo que pasaba, la mochila en mis hombros con
los errores del pasado pesaba más y más. Cuando estaba terminando de lamentarme
en silencio, él se puso de pie y me sonrió. Había llegado la hora de marcharse.
Caminamos juntos hasta la puerta, afuera llovía
torrencialmente y había un taxi parado esperándolo, vaya uno a saber de dónde
había salido, pero estaba ahí, con la puerta abierta para él. Quería decirle
que se quedara en mi vida, que aunque no lo conocía y ni siquiera sabía su
nombre, lo quería. Quería decirle que en pocas horas había marcado mi vida para
siempre, pero no hubo tiempo, porque antes de que pudiera abrir la boca para
decirle cualquier cosa, tomó mis manos entre la suyas y dijo las últimas
palabras antes de irse sin dejarme ningún rastro de su paradero.
-No se puede ir por la vida buscando ser felices en las
cosas que sabemos que no deseamos con todas las fuerzas. Cuando las personas
quieren verdaderamente ser felices, simplemente hacen lo que sienten. Ser
sinceramente auténticos es lo único que enciende las luces del camino correcto,
y todo lo que se rompe alrededor mientras se es uno mismo, se arregla con el
tiempo, y lo que no se recompone, no servía desde el principio.
Y entonces desapareció de mi vida para siempre.
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